medio de un extenso humedal donde el agua dulce de los ríos se funde con la sal del mar, se esconden dos joyas culturales, pueblos flotantes en el caribe colombiano. Así es su historia
Noticias Colombia.
Aquí no hay calles ni vehículos; la vida transcurre entre remos y canoas. Así son los pueblos flotantes. La pesca es el alma de la economía y la razón de ser de estas comunidades.
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Nueva Venecia y Buenavista son los pueblos flotantes de los cuales hablamos. Ubicados en Ciénaga Grande de Santa Marta, Magdalena el origen de estos pueblos se remonta al siglo XIX. Nueva Venecia, el más grande, fue fundado en 1847 y antes era conocido como El Morro. Inspirados por los canales de la ciudad italiana, los habitantes decidieron bautizarla con su nombre actual.
Hoy, cuenta con unas 400 viviendas y alrededor de 3.800 habitantes.

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Estas comunidades nacieron de la necesidad: la pesca abundante y el deseo de escapar de la esclavitud y la violencia llevaron a los primeros pobladores a construir sus hogares sobre pilotes, directamente sobre la ciénaga.
Con el tiempo, surgieron escuelas, centros de salud, iglesias y hasta canchas flotantes que dan forma a una vida completamente diferente.


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Vivir en la ciénaga: adaptación y resistencia
Caminar por estas comunidades no es posible; todo se hace en canoa. Desde pequeños, los niños aprenden a remar como parte de su cotidianidad. El entorno impone sus reglas, pero también ofrece abundancia. El agua no solo es vía, es alimento, trabajo y cultura.
En un video el creador del contenido Kevin Bolaños, visita y habla con los visitantes para saber cómo es su día a día, pues la vida aquí gira alrededor de la pesca. «Si el pescador pesca, nosotros vendemos; si no, no comemos», dice doña Yolanda, una de las residentes más queridas de Nueva Venecia, quien lleva más de cuatro décadas al frente de su tienda, abierta hace más de 80 años. Ella, como muchos, recuerda su infancia con alegría, pero también reconoce las dificultades: la escasez de agua potable, la falta de servicios de saneamiento básico y el limitado acceso al comercio.
Un ecosistema que lo da todo
La Ciénaga Grande de Santa Marta es un santuario natural. Este humedal de gran biodiversidad está rodeado de manglares que albergan aves, peces y crustáceos. A medida que la embarcación se adentra en sus aguas, garzas y otras aves sobrevuelan el paisaje, recordando que la vida aquí fluye al ritmo de la naturaleza.

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Las lluvias son un bien preciado. Los techos de las casas recolectan agua para consumo humano, y cuando escasea, las familias dependen de embarcaciones que transportan agua desde afluentes del río Magdalena. Aunque no hay sistemas de alcantarillado, las corrientes arrastran las aguas residuales, evitando los malos olores.
Lo que para algunos es exótico, para sus habitantes es cotidiano. Desde la construcción de canoas hasta los partidos de billar dominicales, Nueva Venecia y Buenavista son ejemplos vivos de cómo los seres humanos pueden adaptarse a los entornos más insólitos. Y aunque sus paisajes parecen salidos de una postal, sus necesidades siguen siendo reales.