Noticias Cali. Por Yefferson Ospina / Periodista de Tu Barco.

Una mezcla de irresponsabilidad, necesidad y desigualdad social explica por qué en esta zona de Cali parece que a las personas el coronavirus no les impide seguir sus vidas. Quedarse en casa nunca ha estado entre sus cuentas diarias.

Parece que el oriente de Cali fuera incontrolable. O al menos, es lo que permiten concluir las imágenes. En redes sociales pululan fotografías, videos, post, en los que decenas de caleños denuncian que los días allí, en el oriente de Cali, corren ajenos a la cuarentena.

Lo más reciente son varios videos en el barrio La Casona, en los que se evidencia el flagrante incumplimiento a las medidas de confinamiento del Gobierno Nacional.

Mujeres con ventas ambulantes, gente comprando, hombres a bordo de motos, otros descargando camiones de alimentos. En suma, un día cualquiera, un día en que la palabra cuarentena no se pronuncia, no existe, no dice nada. Un día más, ya está.

Pero las escenas se pueden ver en otros barrios. En El Vergel un grupo de personas se aglomera a las afueras de una tienda. En San Luis varios jóvenes juegan un partido de fútbol, mientras en Alfonso López, decenas caminan de ida y regreso al supermercado. En varias aceras otros juegan parqués y beben cerveza en la tarde calurosa. 

Y no se trata de escenas extraordinarias. El fin de semana pasado la Policía impuso varios comparendos a un grupo de personas que a las 7:00 a.m. se encontraba bebiendo licor a las afueras de una casa. Y en varios barrios las fiestas, los asados, las reuniones, fueron parte natural de la noche.

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¿Por qué parece que en el oriente de Cali muy pocos están dispuestos a respetar la cuarentena?

Las respuestas pueden darse en muchas direcciones. La primera tiene que ver con las reglas brutales de la necesidad.

En el oriente de Cali la mayor parte vive de lo que se llama el rebusque. La economía de la mayoría de las familias depende de cada día. Una venta de arepas, venta de frutas, trabajo doméstico, trabajo en la construcción… Un solo día sin trabajo puede significar un día sin alimento.

De ahí que pretender que en los barrios que se encuentran en toda esta zona de Cali se adapten a la medida de cuarentena sin problema sea ingenuo. Y más que ingenuo, revele el desconocimiento de las condiciones sociales de más de un millón de personas, que son las que viven allí.

Es lo que hace un hombre que vende aguacates y otro que vende mazamorra en el sur de Cali. Ambos viven en barrios del oriente, uno en El Vallado y otro en Mariano Ramos. Y ambos continúan vendiendo lo que venden en barrios del sur de Cali.

«Yo no puedo dejar de salir, porque no puedo ponerme a esperar el mercado que dizque me va a dar la Acaldía. Si no trabajo no como yo ni come mi familia», dice el hombre que vende mazamorra. Claro, continúa, las ventas no son las mismas. Mucha gente prefiere no comprar. Pero igual, sobrevive. «Es mejor a quedarme encerrado en la casa». 

Pero el otro elemento tiene que ver con el hecho de que es el oriente también la zona de la ciudad con mayores problemas sociales. Es en barrios de esta zona en donde se encuentran los mayores índices de pobreza y analfabetismo, y los de criminalidad.

Barrios como Potrero Grande, Valle Grande, Mojica, Petecuy, durante varios años han aparecido en las estadísticas como los más violentos de Cali. 

En esos barrios viven miles de jóvenes que no van al colegio y para quienes su única posibilidad de supervivencia es la pertenencia a una pandilla o a un grupo criminal. Y esa pertenencia es también su única forma de habitar el mundo.

De modo que pretender que esos jóvenes se adhieran a una decreto político puede tener muy poco sentido. La Personería de Cali calcula que en el oriente de Cali hay alrededor de 2 mil jóvenes que pertenecen a pandillas o grupos delincuenciales.

Y a eso puede sumarse otra variable. El oriente de la ciudad es la zona con más necesidades insatisfechas de Cali. Es decir, es la zona con menor oferta cultural oficial, con más bajos índices de educación y de protección social. Así que tampoco tiene mucho sentido que miles de personas que han sido violentadas por años por el estado, ahora estén dispuestas a obedecer a ese estado. Aún en medio de una emergencia de dimensiones como las que tiene la pandemia del coronavirus. El lenguaje del estado es incomprensible para ellos. A veces, incluso, es no más que cómico.

Quizá lo que sucede en el oriente de esta ciudad sea lo que esta pandemia está desnudando. Mucho más allá de la precariedad o fortaleza de nuestro sistema de salud y nuestros gobernantes. Más allá. Esta pandemia lo que revela es la feroz desigualdad de una sociedad en la que algunos pueden quedarse en sus casas para protegerse de un virus. A otros no les queda esa alternativa, quedarse en la casa simplemente no está en sus cuentas, aunque eso implique el riesgo de la muerte.

«Igual, uno en estas calles de estos barrios se arriesga todo los días a que lo maten», dice el hombre que no deja de vender aguacates.

 

 

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