El Gato del Río que no nació en Cali
Una historia poco conocida.
Una historia poco conocida.

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En la margen izquierda del Río Cali, específicamente en la Av. 4ª Norte Oeste, se erige majestuosa una obra que ha capturado el corazón de los caleños: el Gato del Río.

Esta escultura monumental, donada por el reconocido pintor y escultor Hernando Tejada en 1996, se ha convertido en un ícono de la ciudad.

La idea de crear esta obra surgió como parte de los planes de rescate y embellecimiento de las riberas del Río Cali. 

Con una altura de 3.5 metros, un ancho de 3.40 metros y un espesor de 1.95 metros, esta escultura de bronce pesa tres toneladas.

¿Pero cómo es que el gato no nació en Cali?

Hernando, nacido en Pereira, decidió fundir en bronce a gran escala el Gato en Bogotá, en el taller de Rafael Franco, y para transportarla a Cali tuvo que desmontarla. 

Se podría decir, entonces, que el Gato del Río tiene padre pereirano y nació en Bogotá, aunque su corazón esté en Cali.

Pues Tejada, cariñosamente conocido como «Tejadita», nacido en febrero de 1924, dedicó esfuerzo y recursos para materializar su visión de regalar un símbolo a Cali. 

La escultura, que representó un costo de 30 millones de pesos colombianos, fue financiada mediante la venta de 250 réplicas más pequeñas del Gato, fundidas en el taller de su sobrino Alejandro Valencia Tejada.

Desde su inauguración el 3 de julio de 1996 hasta la muerte del artista el 1 de junio de 1998, el Gato del Río se convirtió en un punto de encuentro y admiración para locales y visitantes. 

Sus bigotes, calentados por el sol caleño durante el día, y su presencia iluminada por las luces nocturnas, lo convierten en un símbolo vivo del espíritu de la ciudad.

Diez años después de su inauguración, en octubre de 2006, la Cámara de Comercio de Cali lideró una iniciativa para revitalizar el entorno del monumento. 

Esta iniciativa, conocida como «las gatas del gato», incluyó la exhibición de quince esculturas complementarias pintadas y decoradas por destacados artistas plásticos.

Hoy en día, el Gato del Río sigue siendo testigo de las historias de amor, la brisa del río Cali y el bullicio comercial que lo rodea. 

Es un punto de encuentro, un símbolo de la creatividad y el espíritu artístico de la ciudad, y una joya que sigue atrayendo a aquellos que desean conocer su historia y dejarse seducir por su encanto.

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